a) Identificación y localización. El eremitorio de Nuestra Sra. de Belén, conocido popularmente como «Las Ermitas», está situado en Sierra Morena, a unos 20 km. de Córdoba, en una primera línea de cumbres de la Sierra y en la porción de la misma identificada como «La Albaida», asomándose al gran escalón que constituye el último retazo de la Meseta en su zona de contacto con la Depresión del Guadalquivir.
Desde el punto de vista humano, ha sido durante siglos lugar de retiro de numerosos ermitaños que vivieron su vida de oración, sacrificio y retiro en lo que se conocía como el «Desierto de Nuestra Señora de Belén». Albergue tradicional de 13 ó 14 ermitaños, fue abandonado a raíz de la desamortización de 1836, volviendo a ser habitado en 1845. Hoy, cuando ya no queda ninguno de aquellos ermitaños, el lugar está regentado por una comunidad de Carmelitas descalzos.
b) Localización geográfica:
Coordenadas geográficas.04° 49’ 13” Oeste. 37° 55’ 09” Norte.
Altitud.500 m. (entre 435 m. y 512 m. en las zonas más baja y alta).
Término Municipal. Córdoba (capital).
c) Notas de Geografía Física. La zona que estudiamos forma parte de la Meseta y, como tal, su litología se estructura fundamentalmente con materiales de la Era Primaria, cuarcitas y pizarras sobre todo.
Desde el punto de vista de su topografía, Sierra Morena constituyó el sector meridional de la gran penillanura herciniana, deformada durante el plegamiento Alpino, momento en que se producía el gran hundimiento de la prefosa alpina (lo que fue el Golfo Bético y hoy constituye la Depresión del Guadalquivir); igualmente, en los materiales antiguos meseteños de este sector meridional se producía un gran escalón, que en determinados momentos fue interpretado como la gran falla bética, y que hoy se explica como una enorme flexión. Pues bien, las Ermitas están situadas justo en una arista de la zona superior de esa flexión. Por otra parte, las presiones y tensiones provocadas por el mismo paroxismo alpino hicieron que la vieja penillanura también se viera trastornada, apareciendo una densa red de fracturas y fallas, frecuentemente con levantamiento y hundimiento de bloques, lo que, además de significar una reconstrucción del viejo relieve, propiciará una acción erosiva mucho más potente; de este modo, la topografía de la vieja penillanura se transforma en formas accidentadas, embarrancadas unas veces, arriscadas y bravías otras, pero siempre (recuerdo de su esencia meseteña) con predominancia de cumbres generalmente planas y con una isoaltitud verdaderamente llamativa (I.G.M.E., 1980); el fenómeno queda claramente de manifiesto cuando este sector cordobés de Sierra Morena es contemplado desde el Sur y con visión de conjunto, para lo cual el cerro campiñés de «Los Visos», inmediato a Córdoba, ofrece una espléndida atalaya.
Este argumento, general para Sierra Morena, debe ser completado para el paraje de las Ermitas concretando que en este lugar predominan las calizas y dolomías del Cámbrico, aunque bien cerca queda una mancha importante de pizarras y arkosas y otra de rocas volcánicas, predominante riolitas, todas ellas también datadas en el Cámbrico inferior. Y extraordinariamente cerca, a menos de un kilómetro en línea recta, aparecen los materiales terciarios en forma de conglomerados y arenas del Mioceno superior. Son, nada más y nada menos, que los materiales campiñeses, que constituyen la materia prima fundamental de la Depresión del Guadalquivir al sur del río, y que también, al norte del mismo, aparecen en forma de banda estrecha adosada a la base misma de la Sierra, conformando aquí, al sur de las Ermitas, la rampa de El Brillante2. La cercanía y la inmediatez entre estos dos conjuntos de materiales, los que constituyen las cumbres serranas y los que rellenan y tapizan la Depresión del Guadalquivir pueden dar una buena idea de la topografía del lugar, calificada antes de auténtico «escalón» que permitirá, a modo de gran balconada, como veremos, acceder a una visión panorámica extraordinaria de la ciudad de Córdoba y de su Campiña.
Desde el punto de vista de la vegetación, la Sierra en general estuvo cubierta por un denso bosque de encinas y un matorral espeso de altos arbustos, donde hasta el siglo XIII se podían cazar osos. Debido a la acción humana, concretada en talas, incendios, actividad de cisqueros, carboneros y leñadores, pastoreo abusivo y, más recientemente el avance de las construcciones, tanto en forma de un desarrollo incontrolado de segundas residencias como de presión urbanística legal, hoy de aquél bosque sólo quedan retazos discontinuos y muy alterados.
Ello no es obstáculo para que, en torno al acceso al recinto de las Ermitas, tanto a través de la carretera llamada de Trassierra como por la carretera propia que finaliza en ellas, se transite por zonas en las que, en un entorno de relieve bravío, se observan manchones de vegetación natural bien conservada: encinas, alcornoques, matorral… E incluso, en algunos lugares, al amparo de la pluviosidad más intensa que acompaña al efecto Foëhn que sufren las masas de aire atlánticas que penetran por la Depresión del Guadalquivir, pueden encontrarse frecuentes ejemplares de castaños que llegan a poblar, mezclados con otras especies, una superficie de cierta consideración.
Y si al paraje mismo de las Ermitas nos ceñimos, el hecho de tratarse de un recinto con un cierto grado de protección en el que la entrada está regulada, permite hallar bastantes elementos botánicos que, aunque comunes, van siendo cada vez más raros en los alrededores de la ciudad, apareciendo este espacio como una pequeña reserva que, amén de sus connotaciones históricas, permite un paseo botánico donde podemos observar muchas de las plantas que forman nuestro acervo natural.
No podemos, por razones obvias, presentar aquí la relación completa de las especies vegetales presentes en el recinto de las Ermitas, pero sí que nos parece interesante precisar que se pueden distinguir tres tipos de agrupamientos vegetales: uno ornamental (ciprés, durillo, aladierno, palmera, celinda, lentisco, romero, geranio, adelfa, naranjo, buganvilla, etc), otro hortícola (naranjo, almendro, níspero, higuera, granado, algarrobo, membrillero, limonero, bambú, etc., aparte de las plantas hortícolas de temporada) y un tercero, el más amplio, una zona semiabandonada y casi asilvestrada, primitivamente ocupado por olivar y que ha sido invadido por matorrales (jaguarzo blanco, jara rizada, lentisco, cornicabra, madreselva, madroño, coscoja, romero, rusco, olivilla, aladierno, etc), herbáceas invasoras y herbáceas silvestres. En esta zona se halla también un pinar, numerosas chumberas y alguna que otra encina, testimonios mudos del bosque primitivo (DOMÍNGUEZ VILCHES y otros, 1993).
d) Aprovechamientos agrarios. Hoy, la zona de Sierra que rodea a Las Ermitas, es posiblemente una de las áreas más humanizadas y transformadas de la Sierra Morena cordobesa; su vegetación natural estuvo prácticamente eliminada y sustituida por un olivar de sierra poco productivo (dadas las fuertes pendientes en que tenía que desarrollarse y producir), aunque muy importante en las economías de subsistencia en las que «el aceite del año» era un bien alimenticio muy preciado. Hoy dicho olivar coexiste con el matorral y el bosque mediterráneo que se van regenerando al amparo del no cultivo.Y, como antes quedó dicho, en el recinto de las Ermitas, determinados espacios (tantos como ermitas) estuvieron dedicados a la producción hortofrutícola, una actividad agraria de autoabastecimiento y supervivencia que formó parte de la vida cotidiana de los propios ermitaños. Precisamente su alimentación básica y esencial procedía de esos huertos y de la actividad recolectora de frutos silvestres. Quizá sea esta actividad recolectora por parte de paseantes y excursionistas (espárragos, castañas y otras plantas silvestres comestibles) la única actividad que sobrevive de aquella etapa de economía de autoalimentación y subsistencia.
e) Elementos patrimoniales de carácter arquitectónico y monumental. Los primeros ermitaños que habitaron este lugar vivían solos y dispersos por el monte, ocupando cuevas y oquedades naturales distribuidas por toda la falda de la Sierra, particularmente la zona de la Albaida y la Arruzafa. Será a principios del s. XVIII cuando sean agrupados en este lugar concreto apareciendo este complejo que llamamos «Las Ermitas» y que consta hoy exactamente de 13 casitas muy sencillas, todas con el mismo esquema constructivo: planta rectangular, cubierta a dos aguas y espadaña de un tramo rematada en frontón triangular. Sobre la puerta de entrada una lápida con el nombre de los que la hicieron posible y la advocación a un santo. El interior se divide en tres partes: un pequeño recibidor, un dormitorio y cocina. El recibidor sirve también de obrador y el dormitorio sirve también como oratorio. Cada ermita constituye una especie de microcosmos en el que vive su soledad un ermitaño.
No procediendo aquí un estudio minucioso desde el punto de vista arquitectónico y artístico, limitémonos a decir que este patrimonio se verá enriquecido con una primitiva iglesia, construida en 1709, y con otra posterior, ampliación y mejora de la primera, en 1732. Lo que imaginamos en principio una capilla modesta y sencilla, en la medida que el carácter simbólico del lugar fue creciendo, irá también recibiendo donaciones de familias nobles, incluso de la Corona española, hasta convertirse en lo que hoy es: un templo de considerable riqueza interior que dista bastante de la imagen ascética y austera que correspondía a aquellos sencillos ermitaños.
En este mismo capítulo, como obra artística fundamental hoy en las Ermitas, hay que considerar el Monumento al Sagrado Corazón de Jesús que preside el lugar en que el eremitorio se convierte en balcón sobre Córdoba. Este monumento, obra del arquitecto Ramos Zapatero y del escultor Lorenzo Coullaut Valera, fue inaugurado el 24 de Octubre de 1929 por el entonces obispo de Córdoba D. Adolfo Pérez Muñoz, quedando inscrito en la corriente de devoción al Sagrado Corazón general en el mundo cristiano a principios del s. XX. Producto de esa devoción son, por ejemplo, el monumento del Cerro de los Ángeles, en Madrid, y el erigido en Río de Janeiro en la cumbre de «El Corcovado».
No entramos a explicitar en detalle el modo por él se fraguó y materializó la idea (visita de la diócesis de Córdoba al papa Pío XI), ni tampoco nos ocupamos de la crónica social del acto de bendición e inauguración, cuyo impacto fue verdaderamente importante (GARCÍA VELASCO, 1993). Sí debemos, sin embargo, dejar constancia de dos hechos significativos: la elección del lugar y la contribución del monumento a acrecentar y aumentar el mito de las Ermitas. En el primer aspecto, el sólido carácter simbólico del paraje actuó a modo de potente imán para que el mencionado monumento fuese llevado allí; lo dice mejor que pudiéramos hacerlo nosotros el propio Obispo de Córdoba:
«El monumento /…/ no tendría el amplio significado que queremos darle, si no se yergue majestuoso y noble en un sitio lo bastante elevado para que en él se vea bendiciendo a todos los pueblos del obispado, sin ser patrimonio exclusivo de uno solo; y en esto la Providencia nos facilita extraordinariamente la elección deparándonos un lugar como ninguno para servir de emplazamiento a la Sagrada Estatua. Hay en la incomparable Sierra de Córdoba, digno don que la bondad divina quiso hacernos, una montaña santificada por la vida emotiva y austera de hombres penitentes, que abandonando las bajezas y miserias humanas, escalaron la altura para allí consagrarse a Dios por completo. No se encuentra ni puede haber sitio alguno con mayores títulos para servir de pedestal al Corazón de Jesús como las Ermitas, el desierto apacible y sereno en el que se refugian ese puñado de almas sedientas de Cristo».
En lo que se refiere al segundo aspecto mencionado antes (la contribución del monumento a acrecentar y aumentar el mito de las Ermitas) reconoce GARCÍA VELASCO, al que venimos siguiendo, que «tras la inauguración del monumento aumentó considerablemente el número de visitas a las Ermitas, para, a la vez que verlas, admirar la maravillosa obra y extasiarse en la contemplación del panorama que desde la explanada construida a los pies de ésta, se divisa: la belleza agreste de la sierra, la perspectiva de la rica y extensa campiña cordobesa y la ciudad a sus pies».
f) Tradición histórica. La tradición del lugar como eremitorio se remonta al siglo III, considerando a Osio, obispo de Córdoba, el primer protector de estos anacoretas. Pero los primeros ermitaños no formaban comunidad, viviendo diseminados por la zona de la Arruzafa y la Albaida y aún en sitios más lejanos. Sin embargo las primeras referencias históricas contrastadas se remontan al siglo XV y XVI, siendo el obispo D. Antonio de Pazos y Figueroa el que, en 1582, se plantea poner bajo su obediencia y tutela a todos aquellos solitarios. Más tarde, otro prelado, el Obispo Portocarrero, les dio una Regla sencilla, formada por cinco artículos, ampliados a 22 en el siglo XVII; todo ello en aras de encauzar la anarquía espiritual de aquellos solitarios. Será a finales de esta misma centuria (1699) cuando se decida reunir en un único lugar, con iglesia propia, a todos los ermitaños dispersos. Se eligió para ello el llamado Cerro de la Cárcel, que pertenecía a la ciudad, donde se construyeron las trece ermitas y la primitiva.
José Naranjo Ramírez: Los espacios cordobeses con valoración patrimonial y simbólica. Identificación, caracterización y estudio de casos, Ería, 73-74 (2007), pp. 325-329.