Las
cosas en el mar están cambiando. Cuatro
gatos dan la bienvenida cada tarde en el puerto de Barcelona a Miguel Soler, de 82
años, 55 entre redes y aparejos. Miguel les regala alguna sardina
mientras espera la llegada del Hermanos Parrones, el barco donde faenan
su hijo Juan y su nieto Dani, de 56 y 31 años. Cuando llegan, ellos
también les dan de comer, pero les tiran un puñado de pienso. “Les
gusta más”.
Padre e hijo, Juan y su hijo, Dani, zarpan cada día a las seis de la mañana en el Hermanos Parrones, uno de los pesqueros que más basura recicla (Xavier Cervera) |
Juan
y Dani, casi diez horas en el mar, entre Gavà y Castelldefels, han
pescado rapes, salmonetes, merluzas, botellas, bolsas, botes de
pintura, zapatos... “Podríamos montar una zapatería con los que
llevamos este año”. José Manuel Juárez, patrón mayor de la Confraria de
Barcelona, hijo, nieto, bisnieto y tataranieto de pescadores, asiente.
Sus compañeros comenzaron a llevar la basura a tierra hace mucho
tiempo, pero antes sólo se preocupaban de la pesca de altura:
lavadoras, colchones, motores o inodoros.
El
Labio sacó una vez un enorme carro de bueyes con ruedas y todo. Cómo
llegó al fondo del mar es un misterio. El Galán se encontró una bomba
de la Segunda Guerra Mundial. Miguel Bernal, uno de los veteranos de a
bordo, la identificó en seguida, a pesar de la costra de moluscos que
la enmascaraba. Si algún incrédulo no le creyó, cuando atracaron se
acabaron las dudas. La policía portuaria acordonó la zona y llamó a la
Guardia Civil. También es frecuente en el litoral del Maresme –y muy
peligroso si se navega a 20 o 30 nudos por hora– la presencia de
troncos, sobre todo después de fuertes lluvias y riadas.
Uno
de estos árboles a la deriva abrió una vía de agua en el Deiroma, que
tuvo que embarrancar y ser remolcado días después, en cuanto se pudo
taponar el agujero. Los pescadores solían trasladar al puerto todas
estas minas. Pero volvían a arrojar todo lo demás: latas, bidones,
plásticos cuerdas. ¿Quién quería rebuscar entre las redes después de
una jornada agotadora? Ahora ya no hay enemigo pequeño y lo retiran
todo. El mérito es de la Confraria de Pescadors, que impulsa un
programa pionero para reciclar la basura del litoral, con la ayuda del
puerto de Barcelona y la Agència de Residus de Catalunya. ¿El nombre
del plan? Mar viva.
José
Manuel Juárez, el primer patrón mayor de Barcelona que no es armador,
sino marinero, estuvo años intrigado por lo que parecía una pasta de
celulosa que se adhería a las redes y las obturaba. Las mallas no
desaguaban y se reventaban por el peso cuando eran izadas, como un
globo excesivamente hinchado. Al final se descubrió qué era aquello:
restos de toallitas húmedas supuestamente desechables. Biodegradables,
dicen algunos fabricantes.
Es
una pesadilla. Las toallitas, cuyo consumo ha experimentado un
crecimiento espectacular, pueden obturar cañerías, alcantarillas y
depuradoras. Las que llegan al mar siguen ocasionando daños. La única
solución consiste en extender las artes de pesca al sol durante al
menos tres meses para que la madeja se desprenda y pueda ser retirada a
mano. Hay barcos que cada año tienen que dejar las redes en barbecho y
sustituirlas por otras que pronto sufren el mismo problema. Pero el
riesgo no es sólo ese. Las toallitas, como el plástico y otros
residuos, pueden llegar al estómago de los peces y afectar a la cadena
trófica.
Eureau,
la patronal europea de proveedores de agua potable y saneamiento de
residuos, que da servicio a más de 400 millones de personas en 27
países, denuncia que ocasionan “daños cuantiosos”. Más de 500 millones
de euros al año, según algunas fuentes. Los pescadores, los
damnificados más olvidados hasta ahora, piden a los fabricantes que no
confundan a los consumidores con etiquetas poco claras y que recalquen
que el destino final de este y otros productos de higiene es el cubo de
la basura. “El inodoro –dicen– no es una papelera”.
Y
el mar tampoco. (véase vídeo)
Ni
un basurero o una chatarrería, aunque el material recuperado por la
Confraria de Pescadors se cuenta por toneladas. Sólo el mes pasado, 223
kilos de hierros, plásticos y materiales orgánicos, que una vez en
tierra firme se fotografían, analizan, catalogan y, siempre que se
pueda, se reciclan. Los análisis pueden ayudar a averiguar en qué nos
estamos equivocando: la salud de este planeta mal llamado Tierra, y que
debería llamarse Agua, depende de todos.
La
jornada que tres periodistas –uno de la web y dos del diario–
compartieron con los pescadores de Barcelona, la última industria
extractiva de la ciudad, no fue especialmente pródiga, ni en sardinas
ni en basura. Incluso así, en todas las cubiertas había cajas con peces
y otras con basuras. La mitad de la flota de Badalona ha trasladado
temporalmente su base a los muelles de Barcelona porque el Maresme aún
registra las consecuencias de las riadas de primeros de noviembre. El
Hermanos Parrones, que luce con orgullo en el castillo de proa una
bandera de la Barceloneta, nunca falta a la cita con el contenedor. A
pesar de que es relativamente pequeño, de sólo 13 metros de eslora y
menos de 200 caballos de potencia, es uno de los que más basuras
recoge, junto al Bona mar 2, el Francesc i Lluís, el Maireta 4 o el
Sant Pau. Casi todos llevan el nombre de la esposa o los hijos del
armador. O su mote.
“Nadie
está más interesado en la salud del mar que nosotros”. La Confraria de
Barcelona utiliza artes artesanales, en comparación con los pesqueros
industriales. También echa las redes más lejos de lo que marca la ley y
reduce de motu proprio las capturas para regenerar los caladeros. Pero
hasta el mar tiene sus renegados, como recuerdan hombres que pueden
dormir en un temporal, mecidos por olas que a cualquier otro
revolverían el estómago. “Una vez pescamos unas bolsas enormes. Cuando
las abrimos, vomitamos. El olor era insoportable: gambas en mal estado.
Creemos que eran alimentos destinados a una tripulación muy numerosa.
No hay pruebas, pero por la zona habían navegado navíos de guerra de
Estados Unidos.”
Los
análisis confirman la excelencia de la marca Peix de la Barceloneta.
¿Hasta cuándo será así? La contaminación ya influye en el menor tamaño
de algunas especies pelágicas. La Confraria de Barcelona lucha para
preservar un modo de vida y un oficio tradicionales. Aunque las cosas
en el mar están cambiando, aún estamos a tiempo. Los gatos de Miguel
Soler, pescador jubilado, se han dejado a medias una sardina cuando han
visto el pienso. Pero entonces ha llegado un macho viejo y se ha dado
un festín mientras los otros se distraían comiendo algo que nunca
sabrán qué es.
Domingo Marchena (Barcelona): Los barrenderos del mar, La Vanguardia, 22 de noviembre de 2015