El tramo final del río Besòs no es un río natural, sino
un cauce artificial de paredes
hormigonadas por el que discurre durante la mayor parte del tiempo agua
vertida por depuradoras y en cuyas orillas viven
miles de personas. Sin embargo, ello no ha sido obstáculo para que la
naturaleza, que debió de ser variada y frondosa en épocas no tan
lejanas, disfrute de una segunda oportunidad cuyo culminación es
la riqueza ornitológica: en el tramo de nueve kilómetros comprendido
entre Montcada i Reixac y la desembocadura en Sant
Adrià se han observado en los últimos años 250
especies diferentes de aves, de las que al menos
60 pueden considerarse habituales. “Si esto realmente estuviera
tan mal, no podríamos tener esta diversidad”, resume el
biólogo Xavi
Larruy, que coordina diversas actividades ambientales en
el Besòs. Justo al lado de un puente, en ese momento planea un gavilán
y en el agua se posa un cormorán al que no le importa la compañía de un
nutrido grupo de gaviotas reidoras.
A
partir de los años 50 del pasado siglo, el crecimiento demográfico
e industrial en la cuenca del Besòs degradaron las aguas
hasta el punto de que el río se convirtió enejemplo
de suciedad y mala conservación fluvial. La vida animal
desapareció casi por completo. Sin embargo, los cuatro ayuntamientos
afectados y las administraciones, con una millonaria subvención
europea, pusieron en marcha en 1995 un plan de
restauración integral que primero transformó el cauce
más alto, incluyendo la creación de islas arenosas y unos
humedales con cañizo y espadañas, y luego, en el 2004, permitió
inaugurar el tramo central de uso publico, un espacio ajardinado que
los fines de semana está a rebosar de familias y ciclistas. En el
2007 concluyeron las obras en el último tramo, los 450 metros de la
desembocadura, que fueron concebidos como una reserva de fauna.
LA CALIDAD DEL AGUA
La recuperación no habría sido posible sin la puesta en marcha de 21 depuradoras. Como recuerda Larruy, se da la paradoja de que buena parte del agua que llega a la desembocadura es en realidad agua del Ter que ha servido para abastecer con anterioridad a los municipios de la cuenca. De hecho, si el Besòs nunca se seca en verano es por este motivo. El caudal no es excesivo, aunque se registran puntas que pueden inundar todo el cauce, mientras que la calidad del agua tiene un aspecto excelente, un éxito al que también contribuye la depuración natural -el llamado tratamiento terciario- debida a los humedales artificiales creados en el cauce.
Las
aves llegan atraídas porque se trata de la única zona
húmeda superviviente entre las desembocaduras del Llobregat y el
Tordera. En el tramo final del Besòs encuentran además
suficiente alimento, con cinco especies de peces adaptadas, aunque dos
son exóticas, y una relativa calma gracias a las cañas
asiáticas, tamarices y sauzgatillos que crecen en las orillas y
que funcionan como pantalla protectora. Otra
cuestión es que luego se queden. Las especies nidificantes en verano no
son excesivas, admite Larruy, en gran parte porque no hay buenos
lugares donde colocar los nidos a recaudo de los visitantes y sus
perros, pero tanto en invierno como en las épocas de migración
acoge una notable colonia de aves, incluyendo algunas rarezas.
NUMEROSAS GARZAS REALES
Al margen de las ubicuas gaviotas -diversas especies, con avistamientos ocasionales de la rara gaviota de Audouin-, destacan por su abundancia los ánades azulones y las pollas de agua. También se observan numerosas garzas reales -muchas llegadas desde el zoo de Barcelona-, garcetas y cormoranes, así como ejemplares de martín pescador, ruiseñor bastardo, chorlitejo chico, correlimos menudo y andarríos chico. Entre los mamíferos se observan conejos, comadreja, algún jabalí despistado e incluso visón americano.
"Podríamos
estar mejor, claro está. Todavía hay margen de recuperación, pero no
podemos pretender que el delta del Besòs sea como el delta del Ebro",
asume Assela
Coll, jefa de Salud Pública y Medio Ambiente del Ayuntamiento de Sant Adrià.
"Estamos en un proceso de recolonización por parte de la
fauna -concluye Larruy-, pero no podemos olvidar que la zona sigue
sufriendo una presión humana enorme que debe controlarse. No podemos
bajar la guardia".