Pepe
do Fieiro, el último cabrero que tuvo el monte Pindo, subió el jueves a
la cumbre de A Moa (627 metros) para comprobar la magnitud de la
catástrofe. Una semana después del mayor incendio que ha sufrido
Galicia este verano, con
más de 2.400 hectáreas arrasadas, este
paisaje pedregoso y único de la Red Natura, que persigue el sueño de
ser parque natural, continúa consumiéndose por dentro. “Arriba pegaba
mucho el sol, la tierra estaba recalentada y junto a nuestros pies
empezaron a salir llamas de nuevo”, cuenta asombrado este guardián de
la memoria de O Pindo (Carnota, A Coruña). “Un vecino que venía conmigo
reaccionó aprisa y vació en el fuego su botella de agua. Si no la
hubiera tenido a mano, tampoco habría ido a más: ahí arriba ya no queda
nada que quemar”.
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Fuente: ‘España en llamas’ (Civio) y EL PAÍS |
José
Rodríguez Ramos, Pepe, es célebre en esta vuelta
monumental de la Costa da Morte. Dicen que nadie sabe más del monte que
fue bautizado por el escritor Otero Pedrayo como el Olimpo de los
dioses celtas. El 19 de enero cumplirá 80 años. Con solo seis, cuando
todavía vivía en ellugariño de
O Fieiro, un grupo de casas en la ladera que el otro día se vio cercado
por el fuego, tuvo que hacerse cargo del rebaño familiar. Llegó a tener
200 cabras de una raza autóctona que está extinguida. Eran animales
pequeños, de pelo muy corto, sobre todo blanco y negro, y unas ubres
que no llenaban un vaso. “Para sacar un litro teníamos que ordeñar
siete u ocho”, describe Pepe. “Eran famosas por su carne. Por las
fiestas del apóstol Santiago vendíamos camiones de cabras, pero entre
1954 y 1955 se acabó todo: vinieron los forestales del ministerio y
repoblaron con pino y eucalipto las laderas del Pindo donde pastaba el
ganado. Las cabras, las ovejas, las vacas y las yeguas fueron
prohibidas. Tuvimos que vender los rebaños como pudimos”, describe. Con
la desaparición del ganado, la maleza se desmandó. “Antes todo era
campo, hierba y piedras”, pero entonces se empezó a acumular la leña
seca en el monte. Pepe, al igual que el alcalde, Ramón Noceda (BNG), y
la Guardia Civil, no duda de que el incendio que ha
devastado su paisaje querido ha
sido intencionado. “También en mis tiempos de pastor prendíamos
fuego para hacer pastos, pero nunca se nos escapaban. Los animales
mantenían todo limpio”.
Arde
Galicia y solo se salva de la quema la costa de Lugo, contagiada del
clima y la ordenación del monte de Asturias. El paradigma de ello, a
pesar de su empecinamiento en el tan odiado eucalipto, es
el municipio de Trabada, con solo 0,08 hectáreas quemadas en 2012.
Los expertos coinciden en que Galicia arde porque la mitad de su
territorio es bosque (una superficie forestal arbolada de más de 1,4
millones de hectáreas, casi la mitad de la comunidad, según cálculos de
la Xunta), y dos tercios, monte (esta cuenta incluye también el monte
bajo). Arde, además, porque este monte, que en un 96% está en manos
privadas o comunales, se distribuye fundamentalmente en un minifundio
difícil de cuidar y el campo sufre un abandono galopante (con más de
1.400 núcleos deshabitados y unas 2.060 aldeas que agonizan con una o
dos personas). A este cóctel se añade un ingrediente único: una
arraigada cultura del uso rural del fuego, tan enraizada que, según una
investigación del CSIC (Joeri Kaal, 2011), se remonta a hace 6.000
años, cuando los cazadores de entonces se hicieron ganaderos.
Esta
semana, CC OO aportaba su recuento desde 1991. En dos décadas, en la
comunidad se han registrado 188.070 incendios, que han calcinado más de
613.000 hectáreas, “lo
equivalente a toda la provincia de Ourense”. Según la web España en llamas,
el 29,3 de los grandes incendios (más de 100 hectáreas) ocurridos entre
2001 y 2011 se concentra en Galicia (ver gráfico). Es un paisaje
altamente combustible, pero el artefacto incendiario no está en manos
de ninguna organización criminal. “Nunca hemos podido constatar la
existencia de tramas”, asegura Salvador Ortega, capitán de la jefatura
central del Seprona, con gran experiencia en los incendios. Cuando se
habla de por qué Galicia arde más que el resto de España, “siempre
aparece una conclusión: la característica propiedad forestal”. A esto
hay que sumar “la cultura del empleo del fuego para tareas agrarias”,
que convierte en un polvorín las provincias más cálidas, Ourense y
Pontevedra. Estas dos provincias y el norte de Portugal son la hoguera
de la península Ibérica, y también donde más veces se concluye que los
fuegos fueron prendidos intencionadamente. Según los datos del Seprona
de 2012, “de los 387 incendios investigados en Galicia (una pequeña
parte del total), 305 fueron esclarecidos, y de ellos, 211 (casi el
70%) resultaron ser intencionados”.
La
Fiscalía Superior de Galicia coincide en negar las tramas: no existe
ese “imaginario” de que los incendios son provocados por “el trinomio
madera-urbanismo-economía del fuego”, aunque la mano del hombre esté
detrás de casi todos los incendios forestales. Según el ministerio
público, con un balance más global que la Guardia Civil, siete de cada
10 se deben a negligencias, imprudencias o accidente: léase, en
Galicia, las quemas agrícolas, de residuos o forestales.
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Un brigadista en el incendio forestal en la localidad coruñesa de Carnota que consumió esta semana más de 2. 000 hectáreas. / LAVANDEIRA JR |
Galicia
tiene una densidad forestal solo superada en Europa por Finlandia y
Suecia, y a la vez suma 30.000 núcleos de población, la mitad de los de
toda España. Sobre este paisaje planea, además, el factor
meteorológico, con las elevadas temperaturas, la escasa humedad y las
rachas fuertes de vientos del noreste que caracterizaron los partes de
este último mes, así como la reducción a la mínima de las labores de
prevención (pasto de los recortes presupuestarios) y el abandono del
rural que dispara la biomasa, combustible ideal para que las llamas
logren devorar árboles autóctonos tan resistentes como los robles.
El
resultado es explosivo y en los últimos años no ha respetado parques
naturales ni zonas protegidas. Ni tan siquiera el parque nacional de
las Islas Atlánticas. “Igual que crecen los árboles”, reseña el
Consello Económico y Social de Galicia, “crece el matorral tanto en
bosques como en zonas rasas”. Y más tras un invierno y una primavera
que fueron los más lluviosos en décadas. Otra vez reaparece el factor
meteorológico: “Es determinante en todas y cada una de las oleadas de
incendios”, resalta el fiscal de Medio Ambiente en Galicia, Álvaro
Ortiz. Tanto, que por primera vez la Fiscalía General del Estado ha
decidido introducir en sus estudios anuales la variable meteorológica.
Varios
días de ausencia de lluvia en época de calor disparan las alertas. Las
condiciones eran “extremas”, destaca el informe de la Guardia Civil,
durante la tremenda oleada de fuegos que arrasó 95.000 hectáreas en
Galicia en agosto de 2006. O durante el caluroso octubre de 2011,
cuando ya estaba desmantelado el dispositivo de extinción y se
sucedieron grandes incendios, sobre todo en Ourense, como el que se
prolongó durante nueve días en Manzaneda, reduciendo a cenizas 1.800
hectáreas. La sequía era también inaudita y persistente en marzo del
pasado año, cuando de nuevo los telediarios abrían con una Galicia en
llamas.
Aquellos
días ardió el magnífico parque natural Fragas do Eume, en la comarca
ferrolana. Y las brasas volvieron a incendiar la teoría institucional,
desde la Xunta, sobre la existencia de una trama de gente interesada en
cambiar el uso de ese suelo, de opositores a las restricciones que
implican un espacio natural protegido como ese. El Gobierno gallego se
lanzó a publicar páginas de publicidad en la prensa con el lema “Hay
que parar a los incendiarios”. Pero no era para nada eso. La
investigación judicial concluyó confirmando la sospecha inicial: fue
una colilla la que originó aquel fuego que devastó 750 hectáreas, 350
del parque natural.
Las
fiscalías responsables de coordinar y supervisar las investigaciones de
las fuerzas de seguridad no se cansan de repetir que “no hay ningún
propósito criminal concertado” para plantar fuego, “ningún interés
general”. “Si los hubiera, ya se habrían descubierto”, responde siempre
el fiscal jefe de Galicia, Carlos Varela. Por mucho que, en plena
oleada de este verano, la Xunta de Alberto Núñez Feijóo volviera, y
especialmente en la última semana, a recuperar esa teoría, y a declarar
que es un problema
de “orden público”.
Esta
campaña veraniega de lucha contra el fuego “va extraordinariamente
bien”, se felicitaba, no obstante, Feijóo a finales de agosto. “Francamente
eficaz”, remachaba el miércoles pasado el ministro de Agricultura,
Miguel Arias Cañete, con la polémica política y ecologista al rojo vivo
tras el incendio de O Pindo. Hay menos superficie quemada y menos
incendios. Pero este año ya se duplicó el número de grandes fuegos, los
que arrasan más de 500 hectáreas. Ya van siete frente a tres de 2012.
El
Gobierno gallego denuncia, machacón, el “carácter homicida” de los
recientes grandes fuegos, habla de “una serie de personas empeñadas en
acabar con el patrimonio natural y hacer daño”, logra desbloquear una
partida de gasto público, pese a las restricciones, para de nuevo
publicar una campaña institucional llamando a delatar “las matrículas
de coches que salen de noche de un bosque”. A la defensiva por las
críticas contra su denostada política forestal y la polvareda que
suscitan los cambios y retrasos, sin precedentes, que introdujo este
año en el operativo de prevención y extinción, elude datos e informes
oficiales para refugiarse en “la lacra de incendiarios que aprovechan
condiciones meteorológicas adversas para provocar fuego”.
Pero
la inmensa mayoría de las personas detenidas (imputadas por el delito
de incendio forestal, una media de 200 anuales en Galicia, líder en
España en este aspecto) provocaron el fuego por negligencia o
accidente. El motivo número uno de las llamas provocadas, pero no
intencionadas (seis de cada diez, y va en aumento), es la quema de
rastrojos en el campo. Un hábito incrustado en el ADN del mundo rural
gallego. Se realizan más de 400.000 al año. “Y basta con que salga mal
el 1% para tener la causa de muchos incendios”, destaca el fiscal
Álvaro Ortiz.
Vuelve
a ser el motivo más extendido, con diferencia, entre los ya 140
imputados por incendio forestal en Galicia en lo que va de este año.
Muchos saben que está prohibido en esta época, que carecen del
imprescindible permiso, que se les puede ir de las manos. Pero aun así
lo hacen.
Una
“imprudencia punible”, de acuerdo con el Código Penal, provocada, pero
no intencionada, por “incendiarios agrícolas”, según la denominación de
uno de los cinco “perfiles” que establece la fiscalía con cuestionarios
(Galicia aporta la mitad del total) remitidos por las fuerzas de
seguridad y psicólogos de la Guardia Civil y de la Universidad Autónoma
de Madrid. Este estudio intenta invertir la históricamente muy baja
tasa de esclarecimiento. Es muy difícil encontrar pruebas y
responsables.
Los
pirómanos en sentido estricto, que queman por quemar, están en vías de
desaparición. Solo el 7% en el caso de Galicia. Según el capitán del
Seprona consultado, en 2012 solo un gallego (de Agolada, Pontevedra)
fue juzgado y declarado como tal: como un enfermo mental armado de
mechero. Pero era un caso digno del Guinness: se le atribuyeron 150
incendios en tres provincias. En el 27% de los incendios que no son por
negligencia, o sea, los provocados con intención dolosa, otra vez
aparecen a la cabeza “las prácticas tradicionales inadecuadas”, como
quemar vegetación para regenerar pastos o prender un fuego para
ahuyentar animales, sobre todo jabalíes. “Es muy importante distinguir
el grado de intencionalidad”, advierte el fiscal de Medio Ambiente. Hay
una intención, pero no de causar daño. Los incendiarios con maldad, que
actúan por venganza o por empeño en causar grandes perjuicios, son
pocos. Apenas el 15% de ese tercio de incendios con ánimo doloso. El
capitán Ortega recuerda un dato curioso: el año pasado, los únicos tres
incendios de España en los que el Seprona pudo demostrar que se trataba
de estratagemas para “distraer a las fuerzas de seguridad” se
declararon en Pontevedra. Narcos que prendieron fuegos para entretener
a los agentes mientras descargaban la droga en las Rías Baixas.
Identificar
a un sospechoso, y sobre todo encontrar pruebas para sentarlo en el
banquillo de los acusados, es muy difícil. A bombo y platillo se dio a
conocer la detención y posterior libertad con cargos del septuagenario
pastor de ovejas, principal sospechoso del gran incendio este agosto de
Oia-O Rosal (Pontevedra), que arrasó 1.850 hectáreas. Cuenta ahora con
sólidas coartadas, como la de un concejal de su pueblo que dice haber
estado con él cuando se inició el fuego.
Puede
que resulte al final como el tortuoso camino que llevó a detener a un
indigente sin todas sus facultades mentales por el mayor incendio en
Galicia en la última década, el de Cerdedo (Pontevedra), en aquel
terrible verano de 2006, con 8.000 hectáreas calcinadas y dos víctimas
mortales, dos mujeres que quedaron atrapadas en su coche. El hombre
pasó un año en la cárcel, pero luego fue absuelto.
Pero
si hay unos cuantos sospechosos y solo unos pocos culpables, de la
Galicia en llamas también surgen historias de valientes anónimos que se
enfrentan al fuego para salvar la tierra generosa, que tanto dio de
comer. Manuela Barja, hoy más conocida como Manuela sin Miedo, no hizo caso de las
brigadas contraincendios que le ordenaban marchar a casa cuando, en
marzo del año pasado, y cumplidos los 83, se echó al monte herida en
una mano para defender las fincas de su aldea de Laioso, en el
municipio orensano de Vilar de Santos. La empujó el amor por su paisaje
y el no soportar ni por un instante más los lamentos de sus vecinos, en
aquel incendio que arrasó 400 hectáreas. Ese día, la imagen de su cara
ennegrecida por el humo espeso, la cabeza protegida solamente por el
pañuelo oscuro que siempre lleva, dio la vuelta a España. Su marido, ya
fallecido, había sido brigadista, y ella en su juventud también había
participado en la extinción de algún fuego desbocado. La lumbre siempre
se ha prendido, dice, coincidiendo totalmente en su planteamiento con
Pepe do Fieiro, el último pastor que retiró sus cabras de O Pindo. Los
viejos se van muriendo, cada vez son menos manos que trabajen la
tierra. “Ahora ya no hay quien roce”, dice, “a la fuerza tiene que
arder el monte”.
Cinco
tipos de incendiarios
La
Fiscalía de Medio Ambiente ha establecido cinco perfiles de incendiario
tras conseguir que 231 de los 552 detenidos del pasado año respondieran
a un cuestionario. La mitad eran de Galicia.
1.
INCENDIO AGRÍCOLA. Se
producen por imprudencias punibles, principalmente por la mañana. El
autor, que suele dedicarse al sector agrícola, permanece en el lugar de
los hechos cuando llegan los servicios de extinción. Suele estar
jubilado.
2.
GANADERO. La
motivación de este incendio suele ser también la imprudencia punible,
aunque no habría que descartar la venganza. La zona afectada será de
uso ganadero. El autor será joven (menos de 34 años) y frecuentemente
se encontrará empleado en el sector de la industria. Puede contar con
antecedentes penales.
3.
FORESTAL. La
motivación es cometerlos sin sentido aparente, fruto de algún
trastorno. Se suele prender más de un foco. Este tipo de autores suelen
ser jóvenes (menos de 34 años), que trabajan de manera esporádica en
una tarea no cualificada. Frecuentemente serán analfabetos y cuando han
estado escolarizados suspenderían habitualmente. Su infancia y crianza
habrían sido difíciles, con problemas en la familia. En el momento del
incendio vivirá con sus padres y tendrá pocos amigos. El siniestro lo
ha podido cometer bajo el efecto de sustancias, alcohol principalmente.
Habría prendido el fuego con un mechero.
4.
FORESTAL DESDE PISTA. La
motivación será sin sentido aparente o fruto de algún trastorno. El
incendio frecuentemente se iniciará de noche desde una pista. El autor
tendrá de 46 a 60 años, soltero y desempleado o, en caso de trabajar,
con mala adaptación al mismo. Puede dedicarse a la pesca. Tendrá
estudios primarios (EGB) que habrá conseguido aprobando con dificultad.
Su infancia y crianza habrían sido normales y vivirá con sus padres en
un pueblo. Tendrá pocos amigos, gustándole estar solo en su tiempo
libre. Probablemente conocerá al propietario de los terrenos y el medio
de ignición puede ser un artefacto artesanal.
5.
AGRÍCOLA/CINEGÉTICO. La
motivación será obtener algún beneficio. Se llevarán a cabo en verano y
en un día laborable. El autor tendrá entre 34 y 46 años, estará
desempleado o trabajará en la construcción. Puede ser analfabeto y su
rendimiento académico habría sido malo. Frecuentemente vivirá con otros
que no serán ni su pareja ni su familia. Puede abusar de sustancias.
Conocerá al propietario de los terrenos porque será su vecino.
http://politica.elpais.com/politica/2013/09/20/actualidad/1379703683_074006.html?rel=rosEP
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