La
nueva crisis entre Rusia y Ucrania (o viceversa) ha generado un debate
ineludible sobre el suministro energético que trasciende de sus
fronteras, salpica directamente a Europa e involucra a otras áreas del
planeta. Más allá de las sanciones económicas y diplomáticas, para la
Unión Europea (UE) supone un impulso que puede ser definitivo para
reconfigurar un nuevo mapa energético que dé respuesta a la necesidad
de diversificar fuentes y garantizar la seguridad de suministro que se
reclama desde distintas estancias comunitarias antes incluso de la
primera crisis vecinal de 2006. Y, como protagonista especial, en este
brete aparece España, involucrada de lleno por su situación
geoestratégica como punto de conexión con el norte de África y la
cuenca Atlántica, y por las plantas de almacenamiento y regasificación
con las que cuenta. Por eso, para España es algo más. Es la oportunidad
de poner el altavoz hacia Bruselas y subrayar esa trascendencia.
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El mercado del gas natural |
El
consenso parece total. El problema es continental y vuelve a poner en
evidencia la ausencia durante años de una política energética europea
con visión conjunta a largo plazo. “El empecinamiento de la comisión
por diversificar suministros en el área de influencia rusa no pasará a
la historia de la geopolítica de la energía como uno de sus más
brillantes estrategias”, escribía en este periódico Gonzalo Escribano,
director del Programa de Energía del Real Instituto Elcano. No
obstante, Escribano reconoce que ahora “Europa afronta esta crisis
mejor preparada que en otras ocasiones y en condiciones menos propicias
para Rusia”, que tiene mucho más que perder en el caso de que la UE
cumpla el objetivo de reducir la dependencia rusa.
Pero
la necesidad de diversificar y mantener la seguridad de suministro —es
decir, tener la disponibilidad de energía a precios razonables— ha
cambiado las directrices de la UE. De hecho, el pasado septiembre
(antes de la reciente crisis) la UE aprobó el proyecto de interés común
de conexión a través del gasoducto Midcat (entre España y Francia por
Cataluña) dentro del cuadro de infraestructuras gasistas prioritarias.
Anteriormente, el Consejo Europeo, reunido el 20 de marzo de 2014, ya
había pedido la diversificación de la oferta energética de gas y
electricidad en Europa.
Las
soluciones pasan por el incremento de la capacidad de almacenamiento,
la diversificación de los orígenes de suministro y de las vías de
acceso al gas. Según Antonio Merino, director de Estudios y Análisis
del Entorno de Repsol, Europa tendría que avanzar en una doble
dirección: hacia dentro y desde fuera. Por un lado, “incrementar la
producción interna, acelerar la constitución de reservas estratégicas y
aumentar las interconexiones comunitarias para mejorar el
abastecimiento, de manera que maximizaría la diversificación de fuentes
y minimizaría los costes de almacenamiento ante riesgos de cortes de
suministro”. Esa política, por otro lado, fomentaría el debate sobre
los hidrocarburos no convencionales (el polémico fracking) y llevaría a
potenciar la exploración dentro de la zona, como en Reino Unido, España
y países mediterráneos.
En
el otro frente, el externo, la política comunitaria debería buscar
nuevos aprovisionamientos o aumentar los procedentes de destinos
seguros, ya sea mediante el suministro por tubo o por gas licuado
(GNL), que se entrega por barcos. En ese sentido, resulta esencial
firmar un Tratado de Libre Cambio en el Atlántico Norte que liberalice
las exportaciones de Estados Unidos, que se ha convertido en una
potencia en petróleo y gas no convencional.
EE
UU pasaría a ser un socio muy importante en el mapa estratégico europeo
con exportaciones de shale gas. A ello habría que añadir Latinoamérica
(Brasil, México, Perú, Trinidad y Tobago...), Nigeria y Angola, también
de GNL, donde España es el único país europeo con conexiones. Otros
orígenes de aprovisionamiento serían el norte de África (también
conectada con España), la cuenca mediterránea, Azerbaiyán y el mar
Caspio, donde existen enormes reservas de gas.
Esa
diversificación no significa, no obstante, cortar de raíz el suministro
ruso, entre otras cosas porque no alcanzaría para abastecer ni con
mucho la demanda europea, que se acerca a los 500 bcm (miles de
millones de metros cúbicos en siglas inglesas) y se distribuye
principalmente en la producción de electricidad (28%), residencial
(26%) e industria (21%).
Además,
Rusia seguiría como principal suministrador de la UE. Pero la
diversificación es clave para obtener precios asequibles. “Es una
política a favor de todos, no contra nadie; no sería en un gran
porcentaje, pero lo importante es que los países sepan que tienen
competidores y eso hace frenar las alzas de precios”, asegura Antonio
Llardén, presidente de Enagás, la empresa que se encarga de la
infraestructura gasista en España y que, en coordinación con el
Ministerio de Industria, reclama en Bruselas la atención precisa a
España. Llardén pone el dedo en la llaga: “El problema para Europa es
que la energía no se había concebido como una política común y cada
país había trazado su propia red y sus planes de abastecimiento y de
mix energético”.
Precisamente,
ahora se intenta remediar esa carencia dando prioridad a constituir una
red común que conecte los países. Desde la primera crisis ruso-ucrania
de enero de 2006 y, especialmente con la de enero de 2009, la UE
comenzó a tomar medidas para garantizar el suministro que consistía en
tender interconexiones entre países con flujos bidireccionales,
almacenamientos subterráneos llenos en invierno, nuevas conexiones
internacionales y suministros alternativos.
Ahí
es donde entra España, que en la crisis de 2009 no pudo ayudar por no
disponer de interconexiones. Su papel en este tablero diabólico radica
en que cuenta con siete plantas de regasificación a las que hay que
añadir una de Portugal, lo que supone la mitad del total que tiene
Europa, y 19 tanques de almacenamiento. Es decir, aportaría una ventaja
esencial para el aprovisionamiento de GNL para su reexportación a
Europa a través de los dos gasoductos que conectan España con Argelia,
uno directamente y otro vía Marruecos.
Es
decir, se solucionarían muchos problemas de almacenamiento y
permitirían distribuirlo por la red gasista. “Si tenemos ocho pistas de
aterrizaje y dos gasoductos con el Magreb que permiten reexportar,
Europa lo tiene que aprovechar”, subraya Llardén. Pero, para ello, hay
que solucionar otro problema fundamental, la conexión entre España y
Europa por el gasoducto Midcat, que se encuentra parado en Hostalric
(Girona), a unos 70 kilómetros de la frontera. En estos momentos,
España cuenta con una capacidad de conexión de 5,2 bcm con Europa. Con
la finalización del proyecto Irún-Biriatou en 2015, esta capacidad
llegará a 7,1 bcm, y si se acaba el Midcat, la capacidad se duplicaría
a un total de 14 bcm, lo que supone en torno al 10% del consumo europeo
de gas ruso.
Esa
conexión es un eterno lamento que no acaba de terminar por las
reticencias tradicionales de Francia, aunque recientemente ha surgido
un interés por producirse un desfase en los precios entre el sur y el
norte del país, donde tienen mejores conexiones, sobre todo con el
gasoducto del mar del Norte. Un problema que surge al respecto es que
el proyecto resulta caro y tendría que financiarse con fondos
comunitarios. Pero Europa ha comprado la idea y la quiere desarrollar,
ya que reduciría la dependencia y los precios.
“Si
fuésemos capaces de vender eso, tendríamos muchas papeletas para sacar
rédito a la posición estratégica que tenemos”, sostiene Gonzalo
Escribano. “Tendríamos la ventaja de ser el primer movedor en el
mediterráneo y el privilegio de ser puente en el Atlántico. Hay que
buscar soluciones europeas, buscando el consenso y no haciendo de
llanero solitario”, incide. Eso significa que hay que negociar con
Francia, a la que España ha ninguneado en alguna ocasión, por ejemplo
vetando el plan solar mediterráneo que preveía importar energía desde
Marruecos. Esa circunstancia, además, habría dado posibilidades a las
empresas españolas.
“Hay
que mallar la relación”, sostienen en el sector. “El gas es un factor
clave para mejorar la competitividad industrial, abaratando la factura
energética de las empresas, la riqueza y el empleo”,
según Marta Margarit, secretaria general de la Asociación Española del
Gas (Sedigas). El optimismo, en algunos casos, llega a predecir que
España, donde el consumo se sitúa en 28 bcm, estaría exportando gas en
2020.
En
resumen, para España es la oportunidad de reclamar la importancia que
tiene en el mapa geoestratégico europeo en cuatro ejes: Mediterráneo,
Atlántico, este de Europa y Francia. Está en todos los frentes. España
debe buscar aliados. Y Europa, por su parte, ser consciente de que si
quiere más seguridad energética tiene que pagar por ello.
“Es
una tarea a largo plazo; pero lo debe empezar mañana mismo con acuerdos
en todos los frentes. Es una oportunidad para Europa y para España”,
apunta Escribano. Rusia no deja de mostrar su poder, no duda en cortar
el gas a Ucrania o invadir Georgia. Quizá por eso “hay que llevarla de
la competencia a la cooperación”. “Ante el poder ruso, la fuerza de la
UE está en la normativa, es decir, en dictar normas, poner límites,
como no permitir más del 60% de un país; buena gobernanza; impulsar las
renovables, y estar dispuesto a pagarlo, que es lo más importante”,
concluye.
En
efecto, usa el poder que le da ser el segundo productor mundial de gas
(22% del total en 2012), tras EE UU (ha pasado a ser el primero por el
shale gas), y el segundo en reservas (29%) tras Irán (30%), además de
ser el segundo productor mundial de petróleo. También es el principal
suministrador de hidrocarburos europeo. En 2013, representó el 31% de
los suministros a la UE de gas (25% en 2012), equivalentes a 162,7 bcm,
de los que 86,1 transitaron por Ucrania.
Las
otras rutas son el gasoducto Northstream, que atraviesa el Báltico
hasta conectar con Alemania con dos líneas y una capacidad de 55
bcm/año; el gasoducto Yamal-Europa, que atraviesa Bielorrusia y Polonia
y tiene capacidad de 33 bcm/año, y el Blue Stream, que va de Rusia a
Turquía por el mar Negro (16 bcm/año). A través de ellos, y la
posterior conexión con la red europea, hace llegar su gas a toda Europa
con la excepción de Reino Unido, España y Portugal. En algunos casos,
el gas ruso supone el ciento por ciento de su consumo (Finlandia,
Suecia, países bálticos y Bulgaria) y en otros los porcentajes van
desde 66% la República Checa hasta el 18% de Francia, 20% de Italia y
39% de Alemania.
El
segundo suministrador es Noruega y el tercero Argelia, que además de la
conexión española, introduce su gas por tubo a través de Italia. El
resto de proveedores son, por orden de mayor a menor, Irán, Omán,
Catar, Egipto y Nigeria. Este elenco cambiará sustancialmente cuando se
incorporen las conexiones con el Caspio y las ex repúblicas soviéticas.
Para
2014 se estima que el suministro bajará a 155 bcm y que 55 de ellos
seguirán pasando por Ucrania. Hasta que el proyecto South Stream no
esté listo (en 2020 con una capacidad de 63 bcm/año) no se eliminaría
la dependencia de la ruta ucrania. Al igual que North Stream este
gasoducto no puede alcanzar su capacidad total hasta que no queden
resueltos algunos temas regulatorios derivados de la aplicación del
Tercer Paquete Energético a los tramos de estos gasoductos que
transcurren por territorio la UE.
Para
la empresa rusa Gazprom, cuyas exportaciones totales suponen 125.000
millones de euros, la UE representa el 39% de sus ingresos y lo que
transita por Ucrania, el 20%. La empresa paga a Ucrania por el tránsito
de gas a la UE unos 2.000 millones de euros al año y el peaje está ya
abonado por anticipado hasta 2015. Ucrania debe a Rusia casi 1.500
millones de euros, lo que ha llevado a amenazas de corte de suministro
como ocurrió en las crisis anteriores de 2006 y 2009. Si Ucrania
responde utilizando parte del gas destinado a la UE como uso propio,
como en 2009, la crisis podría devenir en ese nuevo corte.
Precisamente,
fue a partir de 2006 cuando se encendieron las alarmas y fue la propia
Rusia la que decidió construir los gasoductos South Stream y North
Stream sin tocar territorio ucranio. Existen otros proyectos como el
interconector Turquía-Grecia-Italia; el que va de Azerbaiyán a Georgia
y Rumanía para conectar con la red de Europa, y el White Stream (entre
Rumanía y Georgia). Paralelamente, se intentó otro proyecto, denominado
Nabucco, que uniría el Caspio con Europa a través de Georgia y Turquía
pasando por Bulgaria, Rumanía, Hungría y Austria. Es decir, eludiría el
territorio ruso y tendría Azerbaiyán y Turkmenistán como principales
suministradores. El proyecto preveía una capacidad de 31 bcm anuales,
un 10% de suministro de gas de la UE en 2020. Estaba previsto que
estuviera operativo este año, pero se cayó al no firmar Turkmenistán,
Uzbekistán y Kazakistán, donde la influencia rusa es patente.
Nabucco
ya se da por perdido, aunque salvaba posibles problemas con Rusia, a
los que la mayoría no quiere boicotear. Se trata de diversificar, no de
suprimir. Además los grandes grupos petroleros querían entrar en el
país. En todo caso van reduciendo la capacidad de influencia de Rusia,
que controló el 9% del consumo mundial y el 70% de las exportaciones
fueron a Europa, cubriendo la mitad de la demanda del conjunto de la
UE. En el mercado específico de gas, sus aportaciones al consumo
mundial fueron del 6%, con el 65% de las exportaciones a Europa. Los
ingresos del Tesoro por exportación de estos productos suponen el 54%
del total del país y el 47% del presupuesto, mientras que las
exportaciones de gas representan el 30% del consumo de la UE y para
Rusia suponen unos ingresos del 11% del total de las exportaciones del
país y el 6% del presupuesto federal.
Fuente: Miguel Ángel Noceda: La oportunidad del gas, EL PAÍS, 6 de abril de 2014
Fuente: Miguel Ángel Noceda: La oportunidad del gas, EL PAÍS, 6 de abril de 2014