Naciones
Unidas estima que cada
año 6,4 millones de toneladas de basura acaban en los océanos de todo
el mundo. Aves marinas, tortugas y mamíferos mueren al ingerir o
enredarse en objetos de plástico, redes de pesca y otros residuos
peligrosos. La degradación de algunos de ellos genera microplásticos
que pueden contaminar toda la cadena alimenticia. El impacto más visual
de esta suciedad marina son las gigantescas islas de plástico que flotan en varios
océanos, como el llamado séptimo
continente, un impresionante vertedero marino en el Pacífico al
que se supone una superficie de entre tres y siete veces España. Pero,
¿qué ocurre en el lecho marino, allí donde nadie ha buscado esa basura?
![]() |
Un recipiente de plástico flota bajo el agua frente a la costa de Marsella. / SAMI SARKIS / AGE FOTOSTOCK |
Un
estudio publicado ayer en PLOS
One da respuesta a
la pregunta. Varios equipos de investigadores de toda Europa han
estado más de una década tomando muestras en 32 puntos repartidos por
el Atlántico, el Ártico y el Mediterráneo. Y han encontrado que la
basura generada por el hombre está en todas partes: desde las playas
hasta los fondos marinos más profundos y más remotos. Lugares tan
recónditos que ni siquiera se habían explorado hasta entonces. “En
muchos casos, estas han sido nuestras primeras visitas. Ha sido
sorprendente comprobar que nuestra basura ha llegado allí antes que
nosotros”, resume Kerry Howell, de la Universidad de Plymouth (Reino
Unido).
Bolsas
de plástico, botellas, redes de pesca, madera, vidrio y todo tipo de
metales aparecieron en profundidades que van de los escasos 35 metros
del Golfo de León hasta los 4.500 del cañón submarino de Cascais. Se
encontró basura cerca de la costa, en la plataforma continental, pero
también a 2.000 metros del litoral, en la dorsal mesoatlántica, la
cordillera submarina que divide el océano de norte a sur. Los autores
del trabajo, procedentes de 15 instituciones científicas europeas,
destacan que el alto coste y las dificultades técnicas de tomar
muestras en las profundidades marinas habían impedido hasta ahora
obtener un mapa de los lugares y los tipos
de basura de los océanos. Y, por extensión, de conocer el alcance del
problema.
Coto a las bolsas
La
Unión Europea se ha propuesto eliminar antes de 2019 el 80% de las
bolsas de plástico que se consumen actualmente. El Parlamento Europeo
ha exigido a los Estados miembros que tomen medidas para evitar que
cada ciudadano de la unión emplee, de media, 200 al año. La Eurocámara
plantea, por ejemplo, que se impida la distribución gratuita en
supermercados y otras superficies, o que se establezcan tasas o
impuestos. Mientras algunos países han conseguido reducir el número de
bolsas, en otros se siguen entregando gratis y su consumo es muy
elevado.
Cada
año 8.000 millones de bolsas de plástico acaban en la basura, y eso
significa que en parte también acaban en el mar. Solo el 6,6% se
reciclan, según datos de la Comisión Europea. El daño medioambiental es
enorme. Las tortugas marinas pueden perfectamente confundir una bolsa
con una medusa, una de sus comidas favoritas. El plástico también se
pega a los corales. Una bolsa de plástico tarda siglos en degradarse, y
se va fragmentando en trozos minúsculos. Estudios recientes muestran que el
zooplancton ingiere estos minúsculos trozos de plástico, que así
entran en la cadena trófica. “Es prácticamente imposible encontrar un
animal marino que no tenga restos de plástico en su organismo”, asegura
Ricardo Aguilar, director de Investigación de Oceana. “En más del 90%
de las inmersiones que hacemos encontramos basura o aparejos de pesca.
Plásticos, latas, baterías de coche, pilas, incluso lavadoras. Y una de
las principales basuras son las bolsas de plástico”, añade.
A
Joan B. Company, investigador del Instituto
de Ciencias del Mar (CSIC), no le parece que sea una exageración
llamar vertederos a los océanos. “Tenemos el fondo del mar lleno de
basura. Es como un sumidero”, asegura. El trabajo ha encontrado que un
41% de los residuos son plásticos; un 34%, redes de pesca; otro 7%
corresponde a metales; un 4%, vidrio; un 1% clinker (residuo de la calcinación
de metales) y un 13%, otros tipos de basura. La densidad se ha medido
en número de objetos encontrados por hectárea. “Imagínese que en la
superficie de un campo de fútbol, una hectárea, a 2.000 metros de
profundidad, donde no tendría que haber absolutamente nada, encontramos
30 objetos, desde una botella de vidrio a un bidón de metal o una red
de pesca. Yo creo que es grave”, añade.
El
equipo de Company investigó desde el cañón submarino de Blanes, delante
de la costa de Barcelona, hasta Creta. Desde dos buques oceanográficos
del CSIC lanzaron al fondo redes de arrastre de pesca, con las que se
atrapa desde pescado hasta la basura más inimaginable. “Hemos visto de
todo. Desde una taza de váter hasta la caja de un bote salvavidas de un
avión F-15, pasando por una cartera con documentos que la Policía de
Creta creyó que pertenecía a un hombre desaparecido un año atrás”,
explica, y añade que en algunos puntos extrajeron más basura que
biomasa. Mientras el equipo del CSIC contó a mano lo que salió de las
redes de arrastre, el resto de investigadores emplearon principalmente
vídeos con imágenes submarinas tomadas por vehículos operados a control
remoto.
“Desde
que hace 20 o 25 años empezamos a estudiar la ecología de los grandes
fondos marinos vimos que había basura. Sabíamos que estaba allí, y que
en algunas zonas era realmente grave. Había que cuantificarla, y
hacerlo a nivel europeo”, dice Company. “No se puede limpiar a 1.000
metros, así que no hay otra solución que prevenir. La basura no tiene
que llegar allí”, añade. Lo saben bien en la Unión Europea, que incluyó
el problema de la basura marina en la directiva marco de estrategia
marina de 2008, y la
ONU, que lo califica como “desafío global”. Los líderes mundiales
firmaron en la Conferencia Rio+20 sobre desarrollo sostenible un
compromiso “para reducir significativamente en 2025 la cantidad de
desechos marinos y así prevenir daños al medio ambiente costero y
marino”.
Elena G. Sevillano, Madrid: Un vertedero en el fondo del mar, EL PAÍS, 30 de abril de 2014